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Analizan estereotipos indígenas en el cine mexicano

El Discurso
Martes, 20 de Octubre de 2015

“Tizoc: amor indio” (1956), de Ismael Rodríguez, retrata a un indígena ingenuo, enamorado de la mujer blanca. Foto: INAH/IMCINE       ver galería

La película ¡Que viva México!, de Serguéi Eisenstein, plasmó algunos modelos con los que se han encasillado a los indios en la cinematografía nacional: Francisco de la Peña.

En la década de los años 70 se produjeron varias cintas de temática indigenista más crítica. Destaca Llovizna (1977), de Sergio Olhovich, pero aún son la excepción, dijo.


La película ¡Que viva México!, del cineasta ruso Serguéi Eisenstein, filmada en los años 30 y donde se retrata al indio como el buen salvaje o la víctima pasiva frente al abuso de los poderosos, es el punto de partida de los clichés y estereotipos utilizados en toda la tradición de cine indigenista mexicano, aseguró Francisco de la Peña Martínez, profesor investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).

Durante su participación en el IV Congreso Latinoamericano de Antropología, que se llevó a cabo en el Palacio de la Escuela de Medicina de la UNAM y en la Antigua Escuela de Jurisprudencia, el investigador del INAH destacó en especial dos episodios de ese filme.

Se trata del capítulo “La Sandunga”, donde el director ruso muestra a los zapotecas de Juchitán con esta idea del buen salvaje y un mundo indígena paradisiaco. En contraposición, en “Maguey” se exhibe la explotación del indígena por parte de los caciques y hacendados. “Se trata de estereotipos porque los indígenas no vivían en el paraíso ni eran víctimas pasivas, inermes, frente a los abusos de los poderosos”.

En su ponencia La imagen del indígena en el cine mexicano de ficción, Francisco de la Peña planteó que hay una serie de modelos recurrentes en diferentes tipos de cintas de ficción, que no reflejan objetivamente el mundo y modo de vida de los indígenas.

Resaltó que esos patrones se instauraron cuando el cine comenzó a erigirse como una industria nacional, a partir de los años 30, con la llegada del cine sonoro. Entre las primeras películas que imponen estos modelos está Tribu (1934), de Miguel Contreras Torres, donde Emilio “Indio” Fernández caracteriza a un indígena. “Se trata de un personaje paradigmático en la cinematografía nacional, quien, no por casualidad, asume el apelativo de ‘Indio’, le convenía explotar esa imagen aun cuando en realidad no lo era”.

Para el etnólogo, el “Indio” es uno de los representantes más importantes de este cine indigenista, porque buscó idealizar y mitificar la imagen de los indígenas; con sus personajes creó una serie de íconos populares con los que, incluso, ganó varios premios en festivales internacionales con cintas como Janitzio (1935), de Carlos Navarrete, o María Candelaria (1943), de su autoría.

“De los estereotipos que han perdurado, se conocen los clásicos y grotescos, como en Tizoc: amor indio (1956), de Ismael Rodríguez, donde el protagonista es un indígena ingenuo, enamorado de la mujer blanca, y vive en el estado de la naturaleza donde casi caza a los animales con las manos, es un cliché absolutamente fantasioso y absurdo”.

María Candelaria (1943) explora el modelo de la mujer indígena sumisa, cuyo vínculo con un “fuereño” transgrede la supuesta norma de no tener relaciones interraciales, rompe con la “tradición indígena”, por lo que es lapidada y rechazada por su comunidad.

“En Macario (1960), de Roberto Gavaldón, Ignacio López Tarso encarna al nativo que vive en un mundo de superstición y magia; en Ánimas Trujano (1961), de Ismael Rodríguez, el actor japonés Toshiro Mifune encarna a un indígena que se remite a gruñir, no habla, ya que, aunque eran complicados sus diálogos, la idea era el modelo del indio reducido a su expresión más elemental, mínima, es un personaje instintivo, impulsivo, motivado por las pulsiones básicas del ser humano”, expuso Francisco de la Peña.

Para el profesor investigador de la ENAH, en la década de los años 70 se produjeron varias cintas de temática indigenista más crítica. Llovizna (1977), de Sergio Olhovich, relata las aventuras de un citadino quien de regreso a la capital sufre un accidente y lo auxilian cuatro campesinos indígenas a cambio de llevarlos a la ciudad; en el camino, cree que lo van a asaltar y los mata. “Son la intolerancia y el desconocimiento que privaban y privan en las urbes”.

“Corazón del tiempo (2009), película de Alberto Cortés, es un ejemplo depurado de ese cine, donde los indígenas zapatistas participaron directamente en la producción, realización y actuación de la cinta; el equipo del director se limitó a coordinarlos. Deseable que así fueran los filmes con esta temática pero en realidad es una excepción”, manifestó.

En general, los estereotipos sobre esta población tienden a dominar la cinematografía nacional, aun cuando a la fecha no es tan evidente como en otras épocas.

Homenaje al antropólogo y cineasta Alfonso Muñoz

Como parte de las actividades del IV Congreso Latinoamericano de Antropología, se le rindió homenaje al antropólogo y cineasta Alfonso Muñoz, con la proyección de sus principales trabajos que fueron restaurados y digitalizados por la Cineteca Nacional, con base en un convenio signado con el INAH.

En la Antigua Escuela de Jurisprudencia se organizó el Foro de Cine Etnográfico, cuyo auditorio lleva el nombre del realizador homenajeado. Ahí se apreciaron sus grandes obras: Él es dios (1965), codirigida con Arturo Warman y Víctor Anteo, con textos de Guillermo Bonfil Batalla, obra ganadora de la Diosa de Plata y del primer lugar en la categoría Documental de 16 mm en el IV Concurso de Cine de Aficionados, otorgado por la asociación de Periodistas Cinematográficos de México (Pecime). También se exhibieron Semana Santa en Tolimán (1967) y El día de la boda (1968).

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