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Estudian la concepto de Infancia en epoca Precortesiana y Colonial

El discurso/INAH
Jueves, 09 de Abril de 2015

Entre los mexicas, los niños eran considerados “un regalo de los diose. Foto Meliton Tapia       ver galería

Entre los mexicas, los niños eran considerados “un regalo de los dioses”; en el virreinato la niñez variaba en cada grupo social, de ello dependía el tipo de actividades que realizaban

La etnohistoriadora Cristina Masferrer revisa el tema en el libro Muleke, negritas y mulatillos. Niñez, familia y redes sociales de los esclavos de origen africano en la Ciudad de México, siglo XVII

El concepto de infancia entre las culturas prehispánicas y colonial tuvo modificaciones diversas; mientras en la cosmovisión mexica a los niños se les consideraba “un regalo de los dioses”, durante el virreinato la niñez variaba de acuerdo con el grupo social, y de ello dependía el tipo de actividades que el menor realizaba.

En el libro Muleke, negritas y mulatillos. Niñez, familia y redes sociales de los esclavos de origen africano en la Ciudad de México, siglo XVII, la autora, Cristina Masferrer, señala que la infancia se ha entendido de distintas maneras a lo largo de la historia y en diferentes contextos culturales.

El volumen, editado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se centra en la esclavitud infantil en la Nueva España, particularmente de los niños de origen africano. También ofrece un panorama de la infancia en la cultura mexica, a partir del estudio de Alejandro Díaz Barriga Cuevas, autor de Niños para los dioses y el tiempo. El sacrificio de infantes en el mundo mesoamericano.

El estudioso refiere que niños y niñas eran vitales para la cosmovisión mexica. Se les consideraba “un regalo de los dioses, comparados con los mayores bienes y objetos valiosos, y se creía que habían sido formados en el más alto de los cielos”. Eran vistos como “intermediarios entre los hombres y las deidades de la lluvia y los mantenimientos, así como regeneradores del tiempo cíclico”; por ello, al sacrificarlos se ofrecía lo más preciado que aseguraría “la continuidad de la vida y la regeneración del grupo”.

Su integración a la sociedad mexica, en el periodo Posclásico Tardío (1200-1521 d.C.), se lograba a partir de palabras y castigos cuyo objetivo era que los niños se comportaran de acuerdo con las normas del grupo y a lo esperado de su edad y sexo.

Al nacer, la partera le dirigía palabras de bienvenida. Al cuarto día celebraban una ceremonia que incluía un baño y la colocación de objetos. Si era niño, acomodaban un elemento relacionado con el oficio del padre y, junto con su cordón umbilical, se enterraba en un campo de batalla; si era niña, sepultaban junto al hogar su cordón umbilical, una rueca, una cesta pequeña y un manojo de escobas. Sus actividades y castigos a que se hacían merecedores dependían de su sexo y edad, refiere Díaz Barriga.

En el texto “La ciudad, la gente y las costumbres”, del libro Historia de la vida cotidiana en México, el investigador Pablo Escalante señala que durante la época prehispánica “la manutención de huérfanos y viudas, así como la asistencia a las familias que pasaban por alguna situación difícil, eran responsabilidades que el barrio asumía”.

En las sociedades prehispánicas, la esclavitud tuvo características distintas a la practicada en el virreinato; así, un niño era esclavizado si su padre lo calificaba de incorregible, desobediente, desvergonzado, y “no le aprovechaban amonestaciones ni consejos”. Además, si los padres tenían más de cinco hijos, podían vender a alguno por hambruna o necesidad, y era posible recuperarlo al devolver el costo.

Masferrer retoma los estudios de Susan Kellog respecto de la conceptualización de la familia mexica, basada en una unidad multifamiliar o de familia compleja, que podía incluir varias parejas de personas casadas que habitaban el mismo conjunto habitacional.

La llegada de los europeos provocó importantes cambios en los grupos domésticos mexicas. A lo largo de los siglos XVI y XVII, las familias tenochcas disminuyeron de tamaño y complejidad estructural, y hubo una tendencia mayor a establecerse como núcleos formados por padres e hijos. A finales del siglo XVIII, había un porcentaje de niños y adolescentes españoles (menores de 16 años) de 34.7%, y de 41% para las castas.

A los seis años de edad, a las niñas se les enseñaba costura, tejido y bordado, y ocasionalmente lectura y escritura. En cambio, los niños aprendían a leer distintos tipos de letra, a sumar, restar, multiplicar y dividir, ya fuera en alguna escuela o con maestros particulares en sus propias casas. El aprendizaje de la gramática latina era prerrogativa de los varones; también había internados de mendicantes, a los cuales sólo ingresaban quienes tuvieran la oportunidad de profesar más adelante.

En el siglo XVII, en el Colegio de San Juan de Letrán se criaban niños huérfanos y se les impartía la educación básica; aprendían lectura, escritura y cuentas, memorizaban el catecismo y se entrenaban en disciplina escolar, el silencio, la obediencia y la quietud. En los conventos e iglesias no sólo había adultos, también niños y niñas, quienes no siempre vivían con sus padres. La enseñanza de la música tenía un papel privilegiado, a tal punto que las iglesias disputaban quién atraía más gente con las niñas a su cargo.

Con relación a los niños y niñas de origen africano, que heredaban la esclavitud desde el vientre materno, vivieron experiencias de sujeción, abandono, sometimiento, maltratos, y también oportunidades de sobrevivencia, participación y libertad.

Según el historiador Paul Lovejoy, entre 1660 y 1699, 11% de los africanos transportados a América eran niños, y en los siglos siguientes la proporción se incrementó notoriamente. Los niños menores de 5 años costaban 170 pesos en promedio, y los de 6 a 10 años casi 250 pesos. Las niñas, entre 6 y 10 años se vendían en promedio en poco más de 200 pesos, y a partir de esa edad su valor iba aumentando conforme iban creciendo.

Además del trabajo doméstico que realizaban, fueron utilizados en los gremios de artesanos y colegios, conventos o iglesias, y como mano de obra en haciendas agrícolas y ganaderas, en las minas o puertos de varias regiones de la Nueva España, como Veracruz, Guerrero, Oaxaca, Guanajuato, Taxco, Morelos o Michoacán. “Estos niños y niñas, capaces de recuperarse frente a la adversidad, contribuyeron desde distintos ámbitos en la construcción de la sociedad novohispana”, concluye Cristina Masferrer.

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