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Jícaras de guaje decoradas, arte guerrerense en vías de extinción

El Discurso
Lunes, 15 de Agosto de 2016

Las piezas se cortan, pulen y pintan a mano, con pinturas naturales elaboradas con semilla de chía, excelente pegamento natural.       ver galería

Pese a que son piezas únicas e irrepetibles, la mayoría de los compradores mexicanos –a diferencia de los extranjeros– siempre regatean para pagar menos por las jícaras de bule o guaje finamente pintadas por dentro y fuera, elaboradas en la comunidad Temalacatzingo, Guerrero, donde alrededor de 30 familias completas elaboran estas joyas que adornan lo mismo casas modestas que lujosas residencias.

Juan Vázquez Menor y su yerno Isaac Vázquez visitaron Zacatecas. El Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart) los apoyó con transporte y hospedaje a fin de que expusieran más de 50 piezas que elaboraron durante un año 12 personas de su poblado natal. Hasta ahora los chinos no han podido reproducirlas en serie, porque no hay máquinas para hacerlas.

Las piezas se cortan, pulen y pintan a mano, con pinturas naturales elaboradas con semilla de chía, excelente pegamento natural y no tóxico. En entrevista, Vázquez Menor, comentó: Este trabajo es muy bonito, pero muy difícil en su proceso. A la gente se le hace muy caro, pero en realidad no lo es.

Estas obras de arte están hechas con materiales que se consiguen en Temalacatzingo, Guerrero, y en los límites con Puebla. El proceso comienza con la recolección de plantas y minerales que se mezclan para elaborar las pinturas.

La semilla de bule o guaje –planta parecida a la calabaza– se cultiva en Oaxaca, Puebla y Guerrero. Se siembra en mayo y se cosecha en noviembre. Hay que dejar secar los bules al sol entre seis meses y un año, según su tamaño.

Hasta dos meses de trabajo por pieza

Una vez seco, se puede cortar y pulir con lija fina, por dentro y por fuera, para que se adhiera bien la pintura. “Todo es manual –reitera Juan Vázquez–. Hay piezas en las que uno tarda entre 20 días y dos meses.

No podemos producir grandes cantidades porque todo se hace a mano: no hay fábrica ni maquinaria para hacer un modelo y sacar copias. Estas no son copias, son piezas únicas; cada una es diferente.

Este oficio es una herencia familiar. Yo aprendí muy pequeño. De nosotros depende que esto siga. No obstante, reconoce que las nuevas generaciones no quieren o no pueden seguir esta tradición artesanal. “A veces nos desanimamos para hacer esto porque nuestros hijos se van al norte, a Estados Unidos, a buscar la vida, y no aprecian nuestra artesanía, no quieren trabajar en esto.

A muchos les gusta cuando los empezamos a enseñar, pequeños. Pero luego comienzan a crecer y se empiezan a dar cuenta de que desgraciadamente no hay mucha ganancia en esto, que no se van a hacer ricos. Por eso lo dejan y se van a Estados Unidos, y esa es la peor desgracia de un campesino, de un artesano.

Si el gobierno federal y el Fonart lo apoyaran, dijo Juan Vázquez, iría al extranjero a presentar y vender sus artesanías. Por ejemplo, en Europa nos iría muy bien. A los extranjeros les gusta mucho esto. No nos regatearían.

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