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Para Álvaro Enrigue el pasado explica el presente

El Discurso / The New York Times
Miercoles, 10 de Febrero de 2016

El escritor mexicano Álvaro Enrigue ha vivido los últimos cinco años en Nueva York. Foto: Antonio Nava       ver galería

El escritor mexicano Álvaro Enrigue ha vivido los últimos cinco años en Nueva York; es profesor en la Universidad de Columbia y Princeton y contribuye a revistas literarias como n+1 y The Believer. Ha escrito seis libros de éxito en español y “Muerte súbita” (que le mereció importantes premios literarios en México y España) es la primera de sus novelas que se publicará en inglés.

La traductora del libro es Natasha Wimmer, que ha marcado tendencia en la literatura latinoamericana contemporánea después de haber traducido “Los detectives salvajes” y “2666” de Roberto Bolaño. Enrique se ha acostumbrado a construir la trama de sus obras de ficción a partir de sucesos particulares de la historia. “Muerte súbita” es un viaje por la Europa barroca visto a través de los ojos de la posmodernidad que comienza con un partido de tenis entre el pinto Caravaggio y el poeta español Francisco de Quevedo

Esta es parte de la entrevista que sostuvimos con Enrigue.

P. ¿Qué influencia tuvo en la novela el hecho de haberla escrito en Nueva York, tan lejos de tu país, México, y de Europa (donde se ambienta la mayor parte de la obra)?

R. No creo que los libros sean cosas mágicas y maravillosas que salgan de la nada. Es importante que un libro tenga pistas sobre dónde y cómo fue escrito. Yo escribí mi novela mientras disfrutaba de una beca en el Cullman Center de la Biblioteca Pública de Nueva York, un lugar que se menciona mucho en el libro. El lugar me protegió, de alguna manera, de la realidad mexicana, que últimamente se ha vuelto tan intensa.

México es un país que durante los últimos 20 años ha cambiado sin parar, cada día, a veces para bien, a menudo para mal, y esa realidad exige mucho mentalmente. Nueva York resultó ser una suerte de útero protector. Podía estar en esa ciudad donde nadie sabía que era escritor, nadie sabía que hablaba inglés, donde no tenía muchos amigos. Esa situación resultó en la burbuja que me permitió trabajar con gran libertad.

P. El marco narrativo de la novela es un partido de tenis, aunque ¿dijiste en una entrevista que en realidad nunca en tu vida has visto tenis?

R. Tengo que corregir eso. Mis hijos juegan al tenis. Así que he visto partidos de tenis con jugadores de 9 años. Pero no, a lo que soy aficionado es el tenis de los siglos XVI y XVII; eso es lo que practican los personajes en la novela: pallacorda (o “tenis real”) y como tenemos una idea muy clara de cómo se jugaba, me permití inventarme las reglas

P. El partido es entre Caravaggio y Quevedo, menos conocido entre los lectores angloparlantes. ¿Cómo lo describirías?

R. Velázquez lo pintó. Era una especie de estrella de rock. Un tipo que podías encontrarte borracho en la cantina del pueblo. Publicó sus poemas en papeles sueltos como se hacía en la España del siglo XVI. Se vendieron como pan caliente en las calles de Madrid. La mayor parte de su obra es picaresca, muy graciosa, y se huele un ateísmo desafiante en sus poemas. También tradujo a Tomás Moro y escribió un libro sobre los sueños en el que describe la realidad española con una claridad, crueldad e imaginación que, creo, no ha podido imitarse aún.

P. Tanto él como Caravaggio son personajes rebeldes, salvajes e incluso peligrosos. ¿Qué te atrajo a ellos?

R. Me interesa su masculinidad decadente, tan diferente, digamos, al horrible concepto de masculinidad del siglo XIX. Tenemos la idea de que los antiguos maestros son todos hombres blancos, viejos y muertos, pero ese no es el caso de muchos de estos artistas. Caravaggio era un hombre joven, atormentado, desafiante, bisexual y enfadado: un maestro que no lucía para nada como un maestro.


P. La mayor parte de tu obra explora rarezas históricas. Algunas de ellas son verdaderas; otras, imaginarias. Algunas parecen ser imaginarias cuando en realidad son auténticas. ¿Tienes que buscar mucho para encontrar inspiración en el pasado?

R. No creo en la inspiración. Vivimos en un mundo que exige explicaciones. Y la ficción tiene la capacidad de explicar las cosas. Trabajo con la historia porque vengo de un país que tiene una sed tremenda de realidad. Está desesperado por entender qué diablos ha pasado en los últimos años.

Cuando era niño, dejar cerrado el auto o cerrar las puertas por la noche se consideraba de mala educación, porque quería decir que no confiabas en tus vecinos. Ese mismo país se ha convertido en un lugar lleno de violencia y nadie entiende o sabe exactamente de dónde viene. Los diarios mexicanos están llenos de problemas urgentes, del día a día. Trato de dar un paso atrás mediante la metáfora. Mi novela no es acerca del siglo XVI, sino acerca de lo que está sucediendo en la actualidad.

P. ¿Te molesta cuando se describe el interés reciente por la literatura latinoamericana casi como una moda, como si pronto pudiera reemplazarse con algún otro sabor geográfico del momento?

R. ¡Qué pregunta tan ponzoñosa! He vivido intermitentemente en Estados Unidos desde los noventa y la actitud en cuanto a la traducción ha cambiado mucho en años recientes. No hace mucho, en vez de estar de moda y ser algo genial, era algo pecaminoso, casi como si no estuvieras leyendo todo el libro. Pero eso es algo que se ha normalizado en los últimos años y eso es algo muy saludable para el lector estadounidense. En cuanto a eso de que la literatura latinoamericana solo es un sabor del momento, todo lo que puedo decir es que espero que no lo sea. Diferentes latitudes producen libros distintos y me gusta pensar que hay suficiente talento internacional como para mantener a los lectores estadounidenses interesados en lo que se está haciendo en todo el mundo.

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