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En Buenaventura la violencia se vive día a día

Toby Muse/AP
Martes, 02 de Enero de 2007

En Buenaventura, la principal ciudad portuaria del país, donde el conflicto entre narcotraficantes, guerrillas de izquierda. Foto AP       ver galería

Buenaventura, Colombia, 2 de diciembre. En el empobrecido barrio Antonio Lleras, el padre Ricardo Londoño imparte una clase de música a unos 30 niños en una iglesia fortificada con puertas de hierro con la esperanza de que no se conviertan en asesinos, una de las profesiones más comunes en la ciudad colombiana de Buenaventura.

"Estamos convencidos que el niño que toca un instrumento musical tiene menores probabilidades de alzar un arma", declara mientras los alumnos ponen todas sus energías en exprimir los sonidos de los tambores, pequeñas flautas y violonchelos, interpretando una cacofonía caótica y alegre.

Londoño es consciente del peligro que guardan las esquinas del Antonio Lleras: La víspera, dos hombres fueron asesinados cerca de la parroquia. Un día después, otros dos fueron ejecutados.

Así transcurre la vida en Buenaventura, la principal ciudad portuaria del país, donde el conflicto entre narcotraficantes, guerrillas de izquierda, escuadrones paramilitares de extrema derecha y la policía ha ensangrentado las calles con centenares de muertos en el 2006.

"Todos están luchando por controlar la zona porque está cerca del mar y eso para ellos es estratégico", dijo Londoño, quien ha estado al frente de esta parroquia ocho años. "Los jóvenes quieren trabajar con ellos, ya sea como narcos, informantes o sicarios".

A unos 350 kilómetros al suroeste de la capital, Buenaventura es la principal puerta de entrada y salida del comercio colombiano.

Pero a su vez, también es una de las paradas estratégicas en las rutas de la industria de la cocaína. En lo que va de año, unas 20 toneladas de dicha droga fueron incautadas en Buenaventura o sus alrededores, un tercio del total que se incauta en la costa del Pacífico colombiano.

"La combinación entre el puerto y la miseria absoluta de la población es muy tentadora para los traficantes" dijo Roy Barrera, un congresista del departamento del Valle del Cauca, donde está ubicada la ciudad.

"Este matrimonio perverso entre grupos armados y narcotraficantes ha transformado la ciudad en un gueto bajo el poder de la mafia", declaró.

Anclada a medio camino en la costa Pacífica colombiana, Buenaventura podría ser el barrio bajo más grande de Colombia, con casi el 80% de la población, la mayor parte de descendencia afro-colombiana, malviviendo con menos de 3 dólares al día, en comparación al 50% del promedio nacional.

Esa miseria parece condenar a la ciudad a una cadena interminable de desangramiento. En lo que va de año, el número de homicidios alcanzó las 306 personas, casi el doble que en el 2004. La tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes es 24 veces más alta que la de Nueva York.

Las autoridades se muestran incapaces de controlar las masacres diarias y apenas logran suministrar niveles básicos de seguridad.

El obispo de la ciudad, después de denunciar la infiltración del narcotráfico en las instituciones, comenzó a recibir amenazas de muerte a los pocos días. Abandonó la ciudad durante cuatro semanas y apenas regresó en noviembre.

Los suculentos sobornos de los narcotraficantes también debilitan las instituciones de la ciudad.

Durante un concejo de seguridad realizado el 27 de octubre, el presidente Alvaro Uribe sorprendió a la audiencia al ordenar la detención de uno de los oficiales más importantes de la ciudad, quien se sentaba a solo unos metros del mandatario.

Un oficial de la Armada acusó al detenido de ofrecerle un soborno para que le entregara un cargamento de cocaína interceptado.

Mientras los sicarios parecen atacar sin mayor temor de las autoridades, las batallas territoriales entre las bandas de la ciudad ocurren en barriadas como la Antonio Lleras, donde la pestilencia de la basura que se acumula en las calles impregna el aire y la gente vive en casuchas de madera, algunas con paredes de bolsas de basura.

Los habitantes son la carne de cañón para la guerra diaria en las calles de Buenaventura.

El barrio Antonio Lleras ya no tiene espacio para seguir creciendo, y los recién llegados ahora construyen sus casuchas sobre el agua, donde los tablones de madera podrida se tambalean bajo el peso de los niños que allí corren y se bañan en las sucias aguas.

Los vecinos del barrio aseguran que mar adentro los cadáveres desaparecen en las profundidades amarrados a bloques de concreto.

En el mapa de las milicias urbanas de Buenaventura, este barrio pertenece a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), pero a menos de 50 metros se encuentra otro barrio en poder de sus enemigos: bandas supuestamente vinculadas con los paramilitares de extrema derecha que se desmovilizaron como parte de un acuerdo de paz con el gobierno del presidente Alvaro Uribe y que ahora se dedican al narcotráfico.

Mientras que en el resto de Colombia las FARC apenas tienen presencia en zonas urbanas, en Buenaventura le han declarado la guerra a las autoridades y en particular a la policía.

Las FARC recientemente hirieron a dos policías al esconder una bomba en el cadáver de un hombre recientemente asesinado y detonándola cuando los oficiales llegaron a la escena del crimen.

Los niveles de violencia son tan altos que una fuerza especial del Ejército colombiano montó un cuartel en este barrio después de que hace dos meses un grupo de matones dispararon contra una procesión funeral.

"Estos son nuestros compatriotas abandonados", dijo el mayor Juan Vega, quien supervisa el cuartel, mientras camina con su fusil al hombro en medio de niños jugando.

"La mayoría no tiene agua potable, ni tienen suficiente para comer", dijo mientras caminaba asimilando la suciedad y miseria que lo rodea. "Están muy abandonados", lamentó.

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