19 de Mayo de 2024 | La Realidad Política
El Discurso - La realidad política  El Discurso - FacebookEl Discurso - Twitter

Programa ayuda a los niños mayas a adaptarse en Estados Unidos

Laura Wides-Muñoz/AP
Viernes, 16 de Febrero de 2007

Cuando los mayas se asentaron en la Florida buscaron reconstruir las comunidades que les habían ayudado a preservar su cultura durante siglos en su país. Foto AP       ver galería

Lake Worth, Florida, E.U.A., 16 de febrero. Es sábado temprano y los cafés, negocios de surf y tiendas de antigüedades en esta ciudad balnearia, al igual que la mayoría de sus residentes, todavía no han dado señales de vida.

Pero dentro de las oficinas abarrotadas del Centro Guatemala-Maya, casi una docena de niños están sumamente activos. Se intercambian juegos de videos, revisan ejemplares de National Geographic y bromean... mayormente en inglés, aunque ocasionalmente en el lenguaje maya de sus padres.

Juan Méndez y Polly Gaspar los llaman al orden y los chicos empiezan a dar noticia de sus actividades.

Las calificaciones de matemáticas de Omar Andrés, de 11 años, han subido. María Andrés, una tímida muchachita de 15 años todavía en la escuela primaria, ha mejorado tanto que salteará un grado para pasar a octavo. Su hermana Mónica y Leticia Vargas están recibiendo calificaciones casi máximas en el séptimo grado.

Méndez y Gaspar hacen gestos de satisfacción. "Felicitaciones", dice éste. "Un milagro".

Y casi lo es.

Estos niños las tenían todas en contra. Hijos de refugiados indígenas guatemaltecos que huyeron de la brutal guerra civil en su país, entraron a la escuela en Estados Unidos con poca o ninguna instrucción escolar. Sus maestros suelen tomarlos por hispanos, suponiendo que su lengua nativa es el español, aunque en sus casas muchos hablan uno de los 23 idiomas indígenas de Guatemala.

La evidencia anecdótica sugiere que les va peor en la escuela que a los hispanos en general, y el número de adolescentes hispanos que asisten a la secundaria a nivel local se reduce a la mitad entre el noveno y duodécimo grados.

Simultáneamente, sus padres tienen dos y a veces tres trabajos en las ciudades en torno del balneario de Palm Beach, dejando a los pequeños que se las arreglen solos.

Por eso fue providencial el programa sabatino de Gaspar y Méndez.

Méndez fue uno de los primeros mayas que llegó al sur de la Florida, como parte de un grupo que huyó de Guatemala en la década del 80 mientras el gobierno de su país destruía sistemáticamente los poblados indígenas en las montañas en un intento por acabar con la guerrilla.

Al igual que otros, se estableció en la Florida debido a los trabajos agrícolas que había, el bajo costo de la vivienda y el clima cálido.

Actualmente, unos 58.000 guatemaltecos viven en la Florida, muchos de ellos mayas y en su mayoría en el condado de Palm Beach; sólo California tiene más. Pero cuando Méndez llegó, había pocas familias. A los 16 años residía junto con hombres mayores, muchos de los cuales bebían y le ofrecían poca ayuda o ejemplo.

Maduró rápidamente y ya de adulto odiaba ver a jóvenes mayas-estadounidenses incorporarse a pandillas, abandonar la escuela o atrasarse irremediablemente.

"Muchos padres y madres mayas no tuvieron infancia, de modo que no saben cómo criar a sus hijos", dice Méndez, hoy de 39 años. "Yo quería ayudar pero, por sobre todo, quería preservar la cultura".

Por eso hace tres años Méndez y su esposa Gaspar iniciaron un programa de mentores para ayudar a los niños mayas en la escuela. Combinaron excursiones, charlas, orientación y clases de fotografía. Lo que carecían de entrenamiento profesional lo compensaban por mera presencia.

La tarea no era fácil. Muchos padres en la cerrada comunidad maya vacilaban en dejar salir a sus hijos durante todo el día, y pocos chicos querían levantarse a las 7 de la mañana los sábados.

Méndez, electricista, y Polly, entonces intérprete en las escuelas, siguieron insistiendo. Reclutaron a niños recomendados por los servicios del condado de ayuda a la infancia, hicieron visitas a los padres y luego empezaron a recoger a los chicos todas las semanas en la furgoneta familiar.

Omar Andrés fue uno de los pequeños, nacido en los campamentos de refugiados mexicanos donde vivieron sus padres después de huir de su población montañosa en Huehuetenango.

De las clases de inglés como segundo idioma lo pasaron a clases de educación especial antes de que los maestros se dieran cuenta de que no dominaba ni el inglés ni el español porque prácticamente no los hablaba en su casa. Por el contrario, Omar era uno de los estudiantes más despiertos.

En estos días Omar _un muchachito de rostro angelical, reservado por momentos y juguetón en otros_ se traga los libros. Después de clases se embarca en cuentos de fantasmas en el departamento abarrotado de su familia, abstraído de los corredores de drogas que pululan por la calle.

Desde que se incorporó al programa sabatino sus calificaciones _al igual que las de los demás_ han subido. Quiere ser maestro, ya orienta a otros alumnos mayas, y el año pasado fue considerado para competir por una beca de 1.000 dólares.

Méndez considera que, más que orientación, los niños necesitan enorgullecerse de su herencia y tradición.

Cuando los mayas se asentaron en la Florida buscaron reconstruir las comunidades que les habían ayudado a preservar su cultura durante siglos en su país.

Los adultos se vincularon poco con otros hispanos y menos con los anglos. Revivieron celebraciones culturales en base al antiguo calendario maya y crearon programas de idiomas _entre ellos kanjobal_ para los chicos.

Pero otros niños como Omar y María Andrés estaban inmersos en la cultura estadounidense y tenían escasos vínculos con su comunidad.

Estimular su orgullo no es nada fácil. En Guatemala los ladinos _la mayoría de los cuales desciende de españoles_ han discriminado tradicionalmente contra los mayas.

"La gente (de ascendencia) española despreciaba a los mayas y ahora queremos ser como ellos. Sé que la mayoría de los chicos no está orgullosa de hablar kanjobal. Quieren hablar español o inglés", explica Glenn, de 17 años, hermano de Juan Méndez, que al igual que Omar fue colocado inicialmente en el sector de la clase más atrasado y hoy integra el cuadro de honor de la secundaria.

Los padres a menudo prefieren hablar a sus hijos en rudimentario español o inglés en vez de sus idiomas indígenas, dijo Sonia Cabrera, una de las dos personas contratadas por el distrito escolar de Palm Beach como enlace con la comunidad maya.

El fantasma de la guerra dificulta todavía más transmitir el orgullo cultural.

Con más de 200.000 muertes, el número de las víctimas en la guerra civil de Guatemala empequeñece conflictos similares en El Salvador, Argentina y Chile. Para los padres de María y Mónica Andrés, hablar de su historia incluye los recuerdos de cómo los militares y grupos paramilitares rociaban a sus vecinos con gasolina y los incendiaban vivos, y cómo los soldados solían secuestrar niñas jovencitas como sus hijas.

"No son cosas en las que queremos que piensen nuestros hijos", dice Micaela Andrés.

Méndez y el Centro Guatemala-Maya saben que sólo están influyendo sobre una fracción de los estudiantes que necesitan. Les gustaría expandir el programa hasta la secundaria. Pero hay poco dinero y personal.

De todos modos están dispuestos a demostrar a los niños participantes que pueden triunfar en su país de adopción sin alejarse de la familia ni olvidar su cultura.

Copyright © 2024 El Discurso · eldiscurso.com.mx
powered by

Visitas: 12231641