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Un día en el Mojave Viper: Narrar a través de la fotografía (II y última)

Gloria Marvic Garcia/PI
Domingo, 01 de Abril de 2007

“La mayor parte son del Salvador y México, sí había de Guatemala, incluso de Brasil pero casi todos ellos centroamericanos”. Foto:PI/Adrian SANCHEZ       ver galería

California, EEUU., 1 de abril.- El camino por el desierto Mojave hacia el Campo de entrenamiento de los Marines ubicado en Twentynine Palms muestra el apoyo que la gente de la región otorga a la presencia de EEUU en Irak, tan sólo unas tres casas en todo el camino muestran algún rótulo contra la guerra, narra en entrevista para Prensa Internacional el fotógrafo Adrián Sánchez-Gonzalez.

Y es lógico, continúa, la mayor parte de los habitantes de los poblados cercanos, como Yucca Valley y Morongo Valley trabajan en Mojave Viper, aunque en el resto de California sí exista una oposición a la permanencia de las tropas norteamericanas en Medio Oriente.

El escenario es idéntico a una comunidad en Irak, la gente también lo es. Adrián capta a una mujer con traje negro saludando a un soldado montado sobre un vehículo anfibio de asalto. Más allá, en el mercado artificial, la cotidianidad de la compraventa haría olvidar que un ataque se comienza a fraguar.

Los “insurgentes” están mezclados con los civiles, si comienza la ofensiva los soldados no cuidarán de la reacción de éstos últimos, su objetivo es eliminar a los “insurgentes” y restablecer la paz.

“Los civiles siguen un guión preelaborado, habrá quienes ayuden a los soldados y quienes los enfrenten. También un día podrán representar a un civil y otro a un rebelde, por eso el soldado no debe perder de vista su misión”. ¿No hay arrestos durante el entrenamiento?, le pregunto al fotógrafo quien responde seco: “No, el objetivo es eliminar a los insurgentes y si hay alguien cerca que esté relacionado con el ataque, lo pueden arrastrar (en el tiroteo)”.

De acuerdo con Sánchez, este sistema lleva realizándose desde 2004, antes de ellos estaban los comúnmente denominados de aire y tierra.

¿Cómo fue tu experiencia como fotógrafo en este “campo de batalla”?, le cuestiono vía telefónica. “Cuando estaba en la acción, dice, me di cuenta de que era muy difícil para grabar, por la velocidad de los movimientos, mientras que en la fotografía resultaba magnífico, aunque seguido reflexionaba que si fuera real sería terrible”.

“Cuando uno está trabajando piensa que es fuerte realizar una foto donde alguien murió. Pero sobre todo uno está nervioso por las balas y las bombas, en varias ocasiones estuvimos a punto de morir, sólo le agradecimos a los soldados que nos protegieron”.

Al observar las imágenes uno pensaría que es exagerada la cantidad de sangre que escurre por los muros de la aldea replicada, los suelos quedan totalmente escarlatas, y en algún lugar de la escena se alcanza a ver una pierna cercenada y, con un rictus de dolor, a un veterano que vuelve a vivir los ataques en que perdió algún miembro del cuerpo, (hay que recordar que estuvieron en el campo de batalla ya ahora les toca entrenar a los que parten por vez primera).

En esta experiencia, “aprendí mucho también como fotógrafo, porque comprendí que tipos de vehículos hay en los ataques y de qué lugares podrían provenir los disparos, especialmente de las ventanas”.

“Todos los fotógrafos de guerra deben tener en la mente cómo sobrevivir, por lo menos, es en lo que yo pensaba el 80% del tiempo”, me dice con una sonrisa apenada.

De entre las imágenes del Mojave Viper podemos rescatar los rostros morenos de latinos que servirán en las tareas de pacificación en Irak, son poco menos de la mitad de los uniformados y muchos de ellos ya han estado en combate, incluso han perdido a sus compañeros, según narran en sus anécdotas.

“La mayor parte son del Salvador y México, sí había de Guatemala, incluso de Brasil pero casi todos ellos centroamericanos”, narra el fotoperiodista norteamericano de padres hispanos. Simpatía que se muestra en una serie de retratos donde, debajo del uniforme, el casco y las armas largas, le sonríe un latino.

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